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lunes, 16 de septiembre de 2013

¿QUIÉN ES EL ÚLTIMO?

    La cola, tan criolla como las palmas, ha sido un fenómeno sociológico característico de nuestra nación en las últimas seis décadas.
    ¿Qué cubano de las últimas generaciones no se ha preguntado qué cantidad de horas, cuántos valiosos minutos de su única e irremplazable vida malgastó haciendo filas? A pesar de vivir en España por más de dos décadas, no puedo quitarme de la cabeza esa agobiante sensación de pérdida que me dejaron para siempre, como secuela, los innumerables ratos míos tirados a la basura durante las colas que hice en cafeterías, bodegas, terminales, pizzerías, paradas de omnibus, tiendas, oficinas, talleres, etc. 
    Yo pertenecí a ese mayoritario segmento de la sociedad civil cubana llamado "población". Debido a esa situación, viví muchos años en el país de "¿Quién es el último?", en un reino de lo real no maravilloso en el que para obtener algo -hasta la más mínima cosa- uno tenía que entregar a cambio no sólo dinero, esfuerzo o papeleo burocrático sino, además, el bien más preciado de un ser humano: su tiempo.

¿PERO TÚ TE CREES QUE ESTAMOS EN EUROPA? ESTO ES CUBA, MI HERMANO


    Marcar en una cola era penetrar en un túnel de intranquilidad, caminar pasito a pasito en una procesión laica marcada por la preocupación, el agobio y la inseguridad.
    Los afortunados que habían viajado a Europa contaban que allí uno se colocaba detrás de alguien y aguardaba unos minutos, tranquilamente, a que le tocase su turno. Pero eso era allá lejos, en los países. Esto era Cuba y aquí las cosas eran diferentes.
    Lo de menos era la espera, que se hacía pesada e interminable. Lo más jodido de una cola eran sus molestos e inevitables complementos, cualquiera de los cuales podía ser el germen de una discusión que podía terminar en una salación:
        el chico que pedía turno y se iba para regresar media hora después con tres o cuatro más
        la mulatona que buscaba integrarse en un puesto delantero jurando haber marcado detrás de uno bajito con una camisa de rayas que ahora no aparecía

        los colaos con sus infinitas variantes: el agresivo, la suplicante que daba lástima, el "despistado", el social o pariente agregado a última hora, etc.
      el molote cerca de la entrada cuando el desagradable y todopoderoso portero anunciaba con voz firme: “Fíjense, voy a dejar pasar siete más y cierro por hoy
    En fin, ¿qué les voy a contar?

ESTOY AQUÍ DE PIE, COMO CANTABA ELENA

    Vale, vivíamos en el país de la escasez y resultaba imprescindible la cola como elemento de organización. Pero siempre me he preguntado por qué si el pan nuestro de cada día, nuestro destino ineludible, era esperar en una fila, teníamos que hacerlo de pie.
    Si la revolución se hizo para beneficiar a los cubanos, para hacerlos felices, si alardeaba de humana y solidaria, ¿por qué a nadie, jamás, se le ocurrió que para ser consecuente con esos principios, lo lógico era facilitarle a la gente el amargo trago de hacer colas?
    Por ejemplo, resulta evidente que los dirigentes con poder para aliviar nuestro tormento cotidiano estaban absolutamente en contra de que los coleros se sentaran. La ausencia de bancos o muritos en los sitios con colas largas y a la intemperie, debió obedecer a que dichos dirigentes se insertaban en una de las siguientes opciones:
    1. Eran personas ingenuas y nobles que pensaban que la cola sería una anormalidad pasajera y que, por consiguiente, no había que gastar recursos del estado en asientos que dentro de poco para nada servirían.
    2. Eran contrarrevolucionarios colaboradores de la CIA cuyo objetivo era provocar malestar en el pueblo y que éste dejara de apoyar al gobierno.   
    3. Eran unos cabrones a los que le daba un pito el bienestar de sus sufridos compatriotas. Mantenían a la gente de pie, sólo por joder.
    En esta posibilidad se puede incluir a los administradores y gentuza semejante que obligaban a que la cola se hiciera a pleno sol cuando era posible hacerla a la sombra. O en la acera, donde llovía, en vez de en el portal donde nadie se mojaba.
    También a aquellos que, en un acto de maldad gratuita y absoluta, les colocaron pinchos de hierro a las cerquitas que rodeaban los jardines exteriores para evitar que la gente se pudiera sentar en ellas.
    Y a los creadores del invento de los inventos, el mayor descubrimiento para hacer crecer la fila: el cambio de turno.

    Es posible que ustedes valoren otras opciones. Les invito a que las escriban debajo, en el espacio dedicado a "Comentarios".
GRANDES MISTERIOS

    En este momento, deseo hacer un alto en la redacción de este escrito para enviar un recuerdo cariñoso de me cago en la reputísima de tu madre a aquellos canallas en estado puro que provocaron que la gente se eternizara esperando fuera de las cafeterías, fondas y restaurantes. Lo lograron al establecer el sistema de que la barra y/o las mesas debían vaciarse completamente antes de dejar pasar a nuevos clientes.
    ¿Alguien puede dar una respuesta racional al hecho de que no se llamara al primero de la cola cuando alguno de los usuarios que estaban dentro terminaba y se marchaba? Este método absurdo y diabólico no sólo representa uno de los aportes cubanos a la historia de la gastronomía mundial sino que el motivo real de su implantación constituye uno de los grandes misterios de la época socialista junto a otros enigmas como:
    ¿por qué hubo algunos homosexuales que nunca entraron en las listas negras de la televisión?
    ¿por qué Picasso nunca envió su paloma para colocarla en el obelisco del Maine?
    ¿por qué las fiestas de percheros de los de abajo eran despreciables actos de degeneración de la moral y las de los de arriba eran toleradas y vistas con simpatía?
    ¿a qué hora pasa el tren de las cuatro?

    ¿por qué en toda película cubana filmada en La Habana aparecía una escena hecha en el Cementerio de Colón?
    ¿con qué ingredientes estaban hechas exactamente la masa cárnica, las croquetas de ave(rigua) y las sopas de sustancia?
DOS ANÉCDOTAS DE LAS QUE PUEDO DAR FE

    La primera se produjo en una cola de Coppelia.
     -- ¿Usted es la última, señora? –pregunté.
     -- Sí. Le advierto que delante de mí va un joven que marcó para él y un compañero y se fue. Me dijo que venía para acá dentro de unos momentos.
     -- Ah, muy bien.
    Pasó un rato largo. Cuando ya estábamos a cinco o seis personas de entrar, se apareció el muchacho con un grupo de unos diez. Se pusieron delante de la señora. Ella comenzó a protestar y se produjo la típica discusión.
    -- ¿Qué pasa? -intervine.
    -- Que él me dijo que iba a venir con otro y mire a cuantos ha traído. Esto no puede ser. 
    -- No, señora. -replicó el muchacho, que evidentemente intentaba colar a sus amigos-. Acuérdese que yo le dije que iba a venir con Saúl.
    -- Sí, pero Saúl es uno solo y estos son como quince.
     -- Es que todos son Saúl, son mis compañeros del Pre Saúl Delgado.
    El intento fracasó y se tuvieron que marchar sin comer helados pero hay que reconocer la picardía que mostró “el compañero de Saúl”.

    Ésta es la segunda historia:
    Sábado por la tarde. Yo dormía en mi apartamento de 13 y 18, Vedado.
    -- ¡Lolita, llegaron las galletas! –gritó desde la calle una vecina.
    Al oír el alarido de alarma, mi querida suegra puso en marcha el protocolo previsto para casos como éste y acabó con mi sueño. Cinco minutos después, yo caminaba provisto de bolsa y libreta de abastecimientos rumbo al supermercado de 16 entre 13 y 11.
    Al llegar, la cola que se había formado era enorme. O, mejor dicho, las dos colas: una para los que teníamos Plan Jaba, en la que me situé, y otra para los que no lo tenían.
    Cuando empezaron a repartir la cuota y las filas se ordenaron un poco, apareció un treintañero alto, flaco, fuerte, se colocó delante del primer colero y le preguntó:
    -- ¿Tú eres el uno?
    -- Sí, yo mismo.
    -- Pues, para que te enteres, desde este momento eres el dos, porque el uno ahora soy yo –y diciendo esto se volteó, dándonos la espalda a todos.
    De más está decir que se formó el titingó. Varias personas se fueron a la cabeza de la fila a argumentar, a evitar que el hombre se colara, mientras desde atrás se oyeron voces de “¡descarao!”. Pero el tipo seguía allí, sin inmutarse, como si el alboroto no fuera por su causa.
    Cuando la gente, excitada y decidida, subió el tono de los reproches, él consideró llegado el momento que esperaba. Se volvió de frente a las colas, en sus ojos se notó un brillo especial, mostró un enorme cuchillo en su mano alzada y dijo en voz alta:
    -- A ver, ¡atiendan acá! Se acabó la jodedera. Todo el mundo se me calla. Ahora cuando llamen al próximo voy a pasar yo. Y el que tenga cojones de pensar que no soy el uno, que venga aquí para que me lo diga a lo cortico.
    Remedio santo. Nadie se atrevió a chistar. Entre murmullos, todos fueron ocupando sus sitios y aquí no ha pasado nada.


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El Blog de Pedraza Ginori > TV CUBANA: JABONEROS, DEMOLEDORES Y QUIJOTES (Parte 1, featuring Papito Serguera)


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