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miércoles, 18 de noviembre de 2015

PATRÁS, NI PA COGER IMPULSO

   Todo emigrante cubano atesora en su memoria un relato personal que jamás olvidará. Cada uno de nosotros, los que andamos regados por el mundo, recuerda como si fuese ayer, las circunstancias y los detalles de su salida de la maravillosa isla donde nos tocó nacer. El por qué, el cómo, el cuando de una historia, teñida por el desgarro, que en su día protagonizamos en singular pero que, al contarla o al compararla con las de otros, constatamos que también es plural porque la de uno es la de todos.
   Ésta es, muy resumida, la mía.

Loly Buján y Pedraza Ginori   /   Ourense, 1994

PRÓLOGO
   Creo necesaria una introducción. Como casi todos mis compatriotas, repudié la dictadura de Fulgencio Batista y recibí con alegría la llegada de los barbudos a la Habana el 8 de enero de 1959. Al frente de ellos venía un tal Fidel Castro, un tipo muy locuaz y carismático que instauró un nuevo régimen y durante años me comió el coco con sus promesas de un futuro luminoso de libertad, desarrollo, bienestar y todo el bla bla bla que ustedes conocen de sobra, porvenir maravilloso que nos llegaría trabajando duro, vivíendo con austeridad y sacrificándonos durante una nunca precisada cantidad de años.

   Nací en 1938, en Esperanza, Las Villas. Desde niño vi cómo de desigual era el mundo que me rodeaba. Siempre me gustó leer, estar atento a lo que ocurría más allá de los límites de mi pequeño pueblo. Me recuerdo con diez, once años devorándome las revistas y periódicos que llegaban al "casino de instrucción y recreo" del que era socio mi abuelo Antonio. Creo que fueron mis vivencias y mi inquietud intelectual las que provocaron que cuando la llamada revolución llegó al poder, ya yo tenía tres conceptos arraigados:
    la justicia social (me irrita que todos no tengan igualdad de oportunidades, que haya pobres muy pobres y ricos muy ricos, que haya seres humanos que se mueran por falta de medicinas, que los poderosos se pasen por el forro los derechos de los demás...),
      el materialismo (las religiones y todo lo que no esté basado en la ciencia me parecen una estafa para incautos y desesperados)
        y el anticapitalismo (nunca me gustó la economía de mercado, un sistema profundamente inhumano, donde prima la explotación, el abuso y el "sálvese quien pueda". Hoy, tras más de veinte años viviéndolo por dentro, sigue sin gustarme el capitalismo que me rodea. Lo mastico, porque no me queda otro remedio, pero no lo trago).

   Dichos tres factores resultaban buen caldo de cultivo para que germinasen en mi mente las ideas socialistas que proponía, con toda su labia, El Caballo Comandante en Jefe. Sí, sobre el papel, el socialismo pintaba bien. De cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades. Cualquiera que estuviera a favor de un mundo con igualdad entre los hombres, podía comprarse con los ojos cerrados ese planteamiento y otros parecidos.
   Además de los tres conceptos ya citados, desde muy joven he tenido unas cuantas características personales que siempre me han acompañado, que han formado parte intrínseca de mi forma de conducirme por la vida: soy independiente, racionalista y respeto, por sobre todas las cosas, la verdad, la decencia y el talento.
   Si tenemos en cuenta todo lo anterior (justicia social, materialismo, anticapitalismo, independencia, análisis, consideración por unos valores) se entiende por qué, aún asimilando el discurso general de los primeros tiempos del fidelismo, nunca me integré en las filas de la UJC ni del Partido Comunista de Cuba. A dichas organizaciones no les gustaba yo. Y a mí no me gustaban sus métodos de conducta repletos de opacidad, conspiranoia, sectarismo, intolerancia, exigencia de lealtad ciega, en fin...
   Como a millones de cubanos, durante años se me fue acabando la gasolina que alimentaba mi simpatía por un régimen que decía una cosa y hacía la contraria y convirtió a nuestra isla en una finca medieval donde los dueños y sus cómplices vivían de puta madre y a los demás nos tocaba jodernos.
   En mi caso particular, ya estaba desengañado cuando llegó el fatídico verano de 1980, el de los acontecimientos del Mariel. La tapa a mi pomo se la pusieron aquellos crueles mitines de repudio auspiciados y protegidos por las autoridades revolucionarias contra personas que deseaban marcharse del país.
   Hasta entonces duró lo que veinte años atrás había nacido como un flechazo, después pasó a ser un amor, luego una convivencia matrimonial soportada por la rutina y al final una desilusión que lleva al divorcio.
   Hasta aquí el prólogo.

EN EL ATERRILLE TOTAL
   Corrían los noventa. Tras el rápido y estrepitoso derrumbe del campo socialista, Cuba atravesaba por una tremenda crisis económica, política, social y humanitaria. Escaseces de todo tipo, apagones constantes, fracaso del sistema que nos vendieron como la panacea, evidencia de que la promesa de un futuro luminoso jamás se cumpliría y un día a día caracterizado por la pobreza, el desencanto, el hastío y la desesperación.
   Aunque yo había logrado, luchando siempre luchando, desarrollar una carrera profesional que se podía considerar como exitosa, los coletazos que nos daba el régimen en su empeño por no desaparecer crearon un clima existencial que me resultaba irrespirable. Cualquiera que haya vivido los terribles años del Período Especial cubano sabrá de que estoy hablando. Todo era un desastre a mi alrededor. Y si a esta situación le agregamos una serie de complejos problemas personales que no podía resolver, ya se imaginarán que yo era carne de siquiatra. Usando una palabra de mi tierra villareña, yo vivía totalmente "aterrillao".

EL PALO EN LA RUEDA, LAS OSCURAS AGUAS
   Era 1991 y yo estaba escribiendo y dirigiendo el programa semanal “En la viva” (Cubavisión, jueves, 20:30 horas). Un buen día se recibió en el Instituto Cubano de Radio y Televisión una invitación de la Escuela de Imagen y Sonido de Benposta, situada en Ourense (Galicia), para que me incorporara a ella como profesor de su cátedra de televisión. Recibí la noticia con alegría, iba a salir de Cuba por un tiempo, lo que significaba refrescarme.
   Un dirigente de TV Cubana me puso un gran palo en la rueda y ello impidió que yo viajara a España. Mi lugar lo ocupó mi esposa, Loly Buján, quien se incorporó en octubre a la institución ourensana y allí desarrolló un excelente trabajo de organización y docencia.
   Cuando los gallegos, contentos con la Buján, le propusieron la renovación de su contrato para el curso 92-93, ella condicionó su aceptación al hecho de que yo la acompañara y me incorporara al claustro de profesores. La escuela, temerosa de perder a Loly, reiteró al ICRT la invitación que me habían hecho un año antes. Esta vez plantearon que ella seguiría impartiendo televisión y yo me haría cargo de desarrollar una nueva rama dentro del plan de estudios: la radio. Ello implicaría que yo daría clases teóricas y, además, pondría en marcha una emisora, de alcance local, donde los alumnos de la especialidad realizarían sus prácticas.
   Como había sucedido en el 91, se volvieron a mover tenebrosas aguas contra mí en alguna que otra oficina de mi centro de trabajo. Nunca pude averiguar por qué pero especulo que fue por temor a que me quedara en el extranjero. Eran los tiempos en que mucha gente del sector cultural buscó cartas de invitación y otros medios para salir echando. “Desertar” le llamaban, tratando a todo cubano como a un soldado, como si buscar otros horizontes más respirables equivaliera a rajarse en plena batalla.


UNA PERSONA DE ARMAS TOMAR
   Al ver que las semanas pasaban y el asunto de mi invitación pintaba mal, el director de Benposta, el sacerdote Jesús Silva, se montó en un avión y se apareció en La Habana para asegurar la presencia de nosotros dos en su escuela.
   Silva, una persona de armas tomar, se plantó un día en la puerta de Radiocentro y pidió ver al presidente del organismo, que por entonces era Enrique Román. De los encuentros entre ambos surgió la firma de un convenio. El ICRT nos daba el permiso para que trabajáramos en Galicia a cambio de una aportación monetaria que el ourensano se comprometió a proporcionarle.
   Este trueque, bastante habitual en Cuba, era (y es) un ejemplo típico de relación esclavista. Nosotros, como empleados del gobierno, pertenecíamos a éste en cuerpo y alma y la explotación de nuestro talento y nuestro trabajo servía (y sirve) para generarle al amo las tan ansiadas divisas.
   Algo a señalar: nuestros salarios serían abonados en España por la Escuela de Imagen y Sonido de Benposta. El ICRT se limitó a mantenernos nuestros sueldos en pesos cubanos que equivalía a la exigua cantidad de 16 dólares mensuales por cada uno.
   Así fue, bajo estas condiciones, cómo pude zafarme del aterrille económico y emocional y comenzar en Galicia una etapa que se caracterizó por la ausencia de agobios.


SUELTA EL GALLO, YIN
   En junio de 1993, al terminar el curso, la escuela nos renovó el contrato y nos obsequió dos pasajes de ida y vuelta a La Habana. Debíamos estar en Ourense en octubre para reiniciar las clases.
   Ya les dije que Silva era alguien de armas tomar. Pues al llegar a Cuba nos enteramos de que él no había cumplido su deber de pagarle al ICRT por nosotros. Y eso, como es natural, hacía peligrar nuestro regreso a España.
   Fax para allá, fax para acá. El cura prometía apoquinar en breve pero las semanas pasaban y nada se concretaba. La solución que hallamos fue que Loly y yo abonáramos a nuestro organismo, a nuestro dueño y señor, una cantidad en pesetas que le resarciera por el incumplimiento del gallego. Esto parece increíble pero es totalmente cierto.
   De esa manera, soltando una parte de las divisas ganadas por nosotros en el extranjero, se resolvió el problema y pudimos seguir trabajando en Benposta durante dos cursos más.
 

LOS FESTIVALES CUBANOS DE LA OTI 
   En 1991 y 92 fui el director general del concurso y los espectáculos en los que se seleccionaron las canciones y los intérpretes que representaron al ICRT en el Festival Internacional de la Canción de la OTI.
   Durante los tres siguientes años, ya que vivía fuera de la isla, no tuve que ver con la organización del concurso. De esa fase inicial se encargaron el Maestro Miguel Patterson, director musical, Rafael González, quien había sido mi asistente de dirección, y Nora Blanco, responsable del área de programas musicales de TV Cubana.
   Al finalizar las clases del 93, 94 y 95, cuando la escuela ourensana recesaba, Loly y yo aprovechábamos los pasajes que los gallegos nos regalaban y viajábamos de vacaciones a Cuba. Al arribar a La Habana yo me incorporaba como guionista y director a los shows de los OTI cubanos.
   Lo hice por tres razones:
   1) Me encanta mi profesión y ponerme al frente de los espectáculos, además de un placer personal, me mantenía en forma ya que en Galicia me limitaba a impartir clases y a dirigir una emisora radial.
   2) Era una manera de generar buena voluntad entre el ICRT y yo, de mantener el status que nos permitía trabajar temporalmente en España.
   3) Yo estaba absolutamente convencido, sin el menor resquicio de duda, de que al régimen cubano le quedaban tres telediarios. Todos los estados antes llamados socialistas (excepto la aberración que era y sigue siendo Corea del Norte) habían ido cambiando sus estructuras políticas, económicas y sociales y cualquier análisis lógico indicaba que Cuba no podría resistir mucho más en medio de la tremenda crisis que tenía al país y a sus habitantes con el agua al cuello, sobreviviendo de puro milagro.

   Así que nuestra estancia en España tenía, por necesidad, que ser un hecho puntual, perecedero a corto plazo. Cuando dentro de poco aquello se cayera (le decíamos "aquello", ¿se acuerdan?), regresaríamos para iniciar una nueva vida.
   Comemierda de mí, no tuve en cuenta que la lógica no tiene aplicación en un entorno dictatorial regido por la insensatez y el voluntarismo. Contra todo pronóstico, contra lo que la cordura y hasta el sentido común aconsejaban, Quientúsabes trancó el dominó y Cuba se fue por el desagüe aún con mayor velocidad de lo que ya lo hacía desde años antes.

PIRATA Y DE ALCANCE LOCAL

   A principios de 1995, el cura Silva puso en práctica su vieja idea de sacar al aire una emisora de televisión, pirata y de alcance local, que sirviera como taller para complementar la formación de los alumnos de su escuela. Un segundo objetivo, poco mencionado por él, era transmitir anuncios y convertirla así en una fuente de ingresos publicitarios.
   En España no estaba regulado aún el tema y cualquiera que tuviera los equipos podía transmitir por la libre. Se produjo un boom y por todo el país surgieron decenas de pequeñas televisoras.
   Silva nos habló de su proyecto, bastante ambicioso por cierto. Contemplaba nada menos que una programación diaria sin interrupciones desde las siete de la mañana hasta las doce de la noche. Tele-Benposta, con los alumnos de la Escuela de Imagen y Sonido como principal fuerza de trabajo, generaría una producción propia que incluía noticieros, revistas, musicales, tertulias, etc. El hombre quería que Loly y yo organizáramos el tinglado y lo dirigiéramos.
   Pero con dos condiciones que debíamos cumplir:
   a) ambos seguiríamos impartiendo clases y yo, además, continuaría al frente de la emisora radial, que ya por entonces transmitía ocho horas diarias, seis días a la semana.
   b) el trabajo extra que nos caería encima, que era bastante, no aumentaría nuestros salarios. Solamente ganaríamos algo más en dependencia de los beneficios que diera la publicidad, cuando los diera.
   Después de varios años trabajando de cerca con el personaje (¿ya les dije que era de armas tomar?) y teniendo presentes sus reiterados incumplimientos económicos con el ICRT, que cubríamos nosotros, la respuesta a su ofrecimiento fue negativa. Nanay de la China.
   Nuestra contrapropuesta le ofrecía a Silva asesorar la programación en general, orientar a los alumnos en sus audiovisuales y realizar algún programa.
   El hombre no aceptó e insistió en que nuestro deber era implicarnos al cien por cien en su fantasiosa emisora. Llegó a echar mano de un argumento perverso: que debíamos estarle agradecidos por habernos sacado de Cuba.

   Así, en el tira y encoje de las negociaciones estábamos cuando llegó el fin del curso 94-95 y, como era habitual, nos fuimos a Cuba.

AGÁRRATE DE LA BROCHA

   La Habana, mediados de agosto de 1995. El Período Especial estaba en candela, el cuartico seguía igualito. O peor.
   Terminado mi festival OTI cubano, nos faltaba todavía un mes y algo para que llegara el día de volver a Galicia. Sin habérnoslo dicho antes, el cura Silva pasó un inesperado fax a la presidencia del ICRT dando por terminados nuestros contratos con su institución. Agárrate de la brocha, que me llevo la escalera.
   Nuestra reacción fue instantánea: si teníamos en el bolsillo los billetes de avión, los pasaportes y las permisos de residencia, pues no quedaba otra que el regreso a España, echar palante, ya aparecería por allá algún trabajo. Valoramos, por ejemplo, que mi esposa ya había iniciado con buen pie el proyecto Obradoiro de Teatro de Loly Buján, que tanto éxito tuvo después.

   Fuimos a ver a Enrique Román pero estaba fuera del organismo, creo recordar que por vacaciones. Las siguientes fueron las semanas más angustiosas de mi vida. Sufriendo el aterrille de tres años atrás pero peor, porque ya había probado las mieles de otra forma de vivir.
   Al fin, Román apareció y nos pudimos entrevistar con él. Le expliqué la situación: habíamos dejado montado nuestro piso en Ourense, teníamos unos muebles y un auto, una cuenta en el banco, había una posibilidad de trabajar en la Universidad de Asturias y cuanto argumento se me ocurrió. Le aseguré que si en tres meses no encontrábamos un trabajo estable, volveríamos a Cuba.
   Estoy convencido de que él sabía que nos íbamos a quedar en España, tenía que haber sido tonto para no darse cuenta de nuestro propósito. En un gesto que le agradeceré siempre, autorizó nuestra salida.
   Loly y yo enfrentamos así, cumplidos ambos los cincuenta y tantos años y sin tener un colchón familiar o laboral que nos apoyara, una nueva y riesgosa aventura vital: empezar desde cero a buscarnos los frijoles en tierras que no eran las nuestras pero que con el tiempo llegaron a serlo.
   Cuando el avión levantó vuelo en Rancho Boyeros, me asomé a la ventanilla y vi que las palmas se iban haciendo cada vez más pequeñas, la conmoción me produjo un nudo en la garganta que era el mío pero también el de todos los que nos fuimos. Ese nudo que guardamos en el recuerdo porque es el síntoma, el símbolo, la señal del adiós más doloroso, el definitivo.

LA FOTO EN LA COCINA
   Al llegar a Ourense, coloqué en la cocina de nuestro piso una foto tomada en Cuba que había recortado de una revista española. Su imagen mostraba un edificio en ruinas en La Habana, un carro americano del año de la tatagua y un joven sin camisa montado en una bicicleta china.
   Debajo, le escribí a mano una consigna que había usado el régimen en su propaganda y que ahora yo hacía mía: “Patrás, ni pa coger impulso”.


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 La empresa norteamericana Create Space / Amazon ha publicado,
en formato papel, mis dos libros "Pedraza Ginori Memorias Cubanas".
Sus páginas son un compendio de mis experiencias y mis circunstancias, vividas en el mundo de la televisión, los espectáculos, la creación musical,

la radio, la publicidad y la prensa.
Los dos volúmenes recogen, en clave autobiográfica, sucesos, “batallitas”, semblanzas, anécdotas y reflexiones personales.
El Libro 1, “Eugenito quiere televisión”, tiene 342 páginas. 

El Libro 2, "Quietecito no va conmigo", 362 páginas.
Ambos están a la venta en las webs
 www.createspace.com  www.amazon.com  www.amazon.es

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1 comentario:

  1. En primer lugar, retrataste a los que, como tú, tomamos esa decisión en la vida. Además, coincido contigo en tu evolución, en tus principios, etc. es por ello que disfruté tanto tu texto. Gracias mil, como siempre.

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