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jueves, 15 de marzo de 2018

PEDAZOS DE “LOS BASURITA DE CARAJILLO” (8) > Capítulos 4 y 29

CAPÍTULO 4: LA TERCERA DE DOÑO Y MAYÍA
  Antes de acostarse a dormir, las Villazón tenían que arrodillarse junto a sus camas y largar lo que la matriarca del clan llamaba «las  oraciones básicas»:
  ─Padre Nuestro que estás en los cielos... 
  ─Dios te salve, María, llena eres de gracia... 
  ─Creo en el perdón de los pecados, la resurrección de la carne y la vida eterna. 
  ─Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, por los siglos de los siglos, Amén. 
  Allí dentro no se podía banalizar la religión. Una vez Pacha se burló del exceso de peso de su hermana: 
  ─Dios te salve, Monchita, llena eres de grasa. 
  Y su madre la obligó a repetir cada una de las plegarias diez veces durante diez noches. 
  ─¿Ustedes no han leído la Biblia? ─les preguntó un día una amiga. 
  ─No, nunca ─respondió Mayía─. Eso no hace falta para ser una buena católica. El Padre Calaza dice que es un libro propio de protestantes, que si una se pone a leerlo termina apartándose de la verdadera fe, la de Jesucristo.





CAPÍTULO 29: EL RATONCITO MIGUEL
  Da la cabrona casualidad de que la isla de Cuba se halla justo en medio de la ruta preferida por esos fenómenos grandiosos y devastadores que arrasan con la quinta y con los mangos. Cada año, entre julio y noviembre, a la atmósfera se le revuelve el estómago vaya usted a saber por qué y vomita meteoros en el mar Caribe. Por suerte, durante la corta vida de Mito ninguno había pasado por el pueblo así que él no los había sufrido, pero les temía por lo que se comentaba de ellos.

  Decían que la ventolera arrancaba de cuajo árboles y edificios y se los llevaba en las tripas de su remolino a dar vueltas por el firmamento. Y que llovía tanto tanto que los ríos desbordados y furiosos abandonaban sus cauces e iban en busca de gente, vacas y caballos para que se ahogaran en las inundaciones y apareciesen días más tarde, a leguas de distancia, con las barrigas infladas y las cuencas de los ojos vacías.

  Circulaba una historia que impresionó al chico. La de un violento ciclón que se plantó en Pinar del Río y no se movió de allí en una semana, el muy condenado. Cuando se marchó, no dejó casa en pie ni pinareño vivo. Sus ráfagas batieron con tal furia que todas las palmas reales del Valle de Viñales, desenterradas, atravesaron el mar y fueron a caerles encima a los mexicanos de Yucatán.

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