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jueves, 19 de abril de 2018

PASASTE POR INOCENTE (Capítulo 27 completo de "Los Basurita de Carajillo")


Capítulo 27
PASASTE POR INOCENTE 

  A 1943 le faltaba un tin para ir al piso y en hogares, cales y comercios se notaba la atmósfera festiva característica de los finales de cada diciembre. Por todas partes se veían arbolitos de navidad repletos de adornos, guindajos y lucecitas que pestañeaban. Los letreros, a la espera de que alguien inventara nuevos textos, repetían los tópicos de siempre:
«FELICES PASCUAS
PRÓSPERO AÑO NUEVO».

  ─Mima, que no se te olvide que mañana es 29. Me toca cumplir cinco años.
  ─No, cómo se me va a olvidar.
  ─¿Y qué juguete me vas a dar?
  Moncha se puso a camuflar la realidad echando mano de un argumento consecuente con la difícil situación económica que se vivía en La Choza. Le dijo que los niños nacidos en fechas cercanas al Día de Reyes no recibían nada en su aniversario porque sus regalos se los traerían los Magos el 6 de enero.
  Mito pareció tragarse aquella patrañita, no hizo más preguntas y siguió arrastrando por el patio los vagones de su tren, que eso eran en su mente las cuatro botellas vacías de Orange Crush que había atado con cabuya una tras otra.

  Las escuelas llevaban ya una semana de vacaciones. Hembras y varones aprovechaban el tiempo libre entregados de lleno a la irresponsabilidad y el disfrute conque se atravesaba la infancia.
  Ellas jugaban a la gallinita ciega, a saltar la suiza, a buscar un objeto escondido ─«frío frío, tibio tibio, se quema, ¡se quemó!»─, a entrechocar las palmas mientras cantaban:
«Una vieja mató un gato con la punta del zapato,
pobre vieja, pobre gato, pobre punta del zapato».
  Ellos se entretenían con el beisbol ─alias «la pelota»─, empinaban papalotes, echaban carreras en sacos, se iban a bañar al río.

  En los bares de la acera de enfrente del parque de Don Abundio los hombres tomaban cervezas, jugaban cubilete y se deleitaban con la música que salía del último adelanto de la técnica llegado del Norte, un aparato de brillantes colores iluminados que parecía un obeso sin piernas ni brazos ni cabeza. Al echarle un níquel y marcar un botoncito, su mecanismo se encargaba él solo de colocar un brazo con una aguja encima de un disco para que sonara con un volumen que se oía en medio pueblo.
  En los anocheceres, en lugar de subir al Elevado las familias preferían recorrer las calles para admirar, a través de las enrejadas ventanas abiertas, los bien presentados nacimientos con decenas de figuritas de personas y animales colocadas en imaginativos escenarios que incluían lomas, caminos y casitas. Algunos hasta mostraban agua real brotando de fuentes o corriendo por debajo de puentecitos.

  Los mayores se habían emborrachado en las cenas de Nochebuena, divertido el 25 y el 26 en la verbena popular navideña organizada por la Asociación de Comerciantes y ahora craneaban entusiasmados aprovechar al máximo los dos grandes bailes de Despedida de Año anunciados por el Liceo y el Ateneo Afrocubano.

  El 28, Día de los Santos Inocentes, a cualquiera le gastaban una bromita.
  ─El alcalde va a dejar a Dionisia para casarse con una novia jovencita que tiene en Santa Clara.
  ─Ese es capaz de cualquier cosa con tal de comerse un chochito nuevo.
  ─¡Te lo creíste, boba! ¡Pasaste por inocente!

  ─¿Sabes a quién le acaba de dar un colapso?
  ─¿A quién?
  ─ A Ulpiano, el Buey de Oro.
   ─¿Y se murió?
   ─¡Inocente!

  Los menores ya sentían la cercanía del prodigio que cada doce meses les ponía las cabezas turulatas, sin parar de dar vueltas en un remolino de ilusiones.
  ─Melchor es el de la barba blanca.
  ─No, sigues trastocao, ese es Gaspar. Y el negro es Baltasar. 
  ─Mira, te lo voy a aclarar por última vez ─dijo Jaimito─: el de alante es Melchor, que por ser el más viejo va marcando el camino por donde tienen que ir, atrás de él va Baltasar y el último es Gaspar, que es prieto porque es rey de África.
  ─¿De África? ¿Y cómo no sale en las películas de Tarzán?
  ─Porque Tarzán es del tiempo de ahora y los Reyes Magos son del tiempo de la antigüedad.

  ¡Qué bien! Después de tanto esperar, en unos días se haría material el gran misterio anual, el mágico arribo a Carajillo de las mismas majestades de Oriente que viajaron en su día hasta el pesebre de Nazareth para regalar oro, incienso y mirra al recién nacido niño Jesús.
  ─A ver, ¿por qué tú estás tan seguro de que los blancos son Baltasar y Melchor?
  ─Me lo dijo mi papá.
  ─¿Y qué sabe Quino de eso?
  ─Lo leyó en una revista. Y las revistas nunca dicen mentiras.

  Como acostumbraban en esas fechas, algunos de los principales establecimientos se convertían en improvisadas ferias de juguetes. Las engalanadas vidrieras de La Libertad y de La Flor de Galicia mostraban muñecas, ferrocarriles de Union Pacific, escopetas de repetición y otros asombros.
  En La Nueva Cubana quitaban los mostradores para hacer sitio y los fiñes podían, más que en ninguna otra tienda, arrimarse a sus fantasías. Y gozar del ambiente todo el rato que quisiesen ya que Servilio, el dueño, no se ponía bravo cuando le invadían el local y estorbaban un poco.

  Las hembritas se atarantaban con los juegos de costura, las casitas amuebladas, los peluches, las pequeñas cocinas con todos sus accesorios y, sobre todo, con las nuevas Mariquitas rubias que, además de entornar los ojos como las de antes, ahora hablaban, decían clarito «mamá» al menearlas.
  Los varones se quedaban pasmados, con el apetito dilatado por motociclistas de cuerda que andaban solos, guantes de boxeo y bates pequeños igualitos a los de verdad, trompos musicales, ametralladoras que echaban chispas para reventar japoneses, camiones de volteo, disfraces de cowboys con sombrero alón, cartuchera y revólver, aviones de veinte modelos distintos y cuantos artilugios podían imaginar, desparramados por dondequiera o apilados en tongas de cajas que trepaban hasta el techo.
  ─Eh, se miran, pero no se tocan ─reconvenía el bonachón Servilio si algún niño se excedía en su entusiasmo y le pasaba la mano a un triciclo o intentaba mover de su sitio a los soldaditos del fuerte asediado por los pieles rojas.
  ─¿Y por qué no?
  ─Es que si se rompen, los Reyes Magos no me los compran.
  ─¿Y ellos vienen aquí a comprártelos?
  ─Claro.
  Y la explicación siguiente cuadraba con la lógica más elemental: a nadie en su sano juicio se le ocurriría que los tres monarcas, que eran amantes de los animales, trajesen desde tan lejos a sus camellos soportando tanto peso. Lo natural era que adquiriesen los regalos en el mismo pueblo donde los iban a entregar.
  ─Ya yo puse la carta para Baltasar abajo de mi cama en un zapato viejo ─comentó Oscarito Manigueta cuando él y Mito salieron de Las Viviendas de Machado para ir a La Nueva Cubana por segunda vez en el día─. ¿Y tú?
  ─La voy a poner mañana.
  ─A mí me la hizo tía Rosa, que tiene buena letra.
  ─Y a mí me la escribió Mima. Mí papá quería hacérmela, pero ella no lo dejó porque dice que él pone muchas palabras extrañas.
  ─¿Y qué pediste?
  ─Un par de patines.
  ─Yo una bicicleta. De las chiquitas, para que los pies me lleguen a los pedales.
  ─Las bicicletas son para los que se portan muy bien. A lo mejor no te la traen ─insinuó Jaimito valorando el nefasto historial de su amigo.
  ─Bueno, entonces que me traigan las otras cosas que pedí: un juego de carpintería, una pistola de mixto de esas que suenan cantidad cuando disparan, un tanque que tenga un cañón grande, un uniforme del club Habana con el 15 en la espalda, una pizarra para dibujar y...
  Justo en el momento en que Oscarito cogía aire para seguir, se toparon con Paquito La Roña, un grande de trece años.
  ─Ay, ay, ay, ¿a qué pared se arrimaron ustedes?
  ─¿Qué pasa?
  ─Tienen la parte de atrás de las camisas embarradas de pintura.
  El severo regaño que le daría Moncha tiñó de preocupación la cara de Mito. Quitándose las prendas comprobaron que no tenían mancha alguna. Para entonces ya el bromista se alejaba riéndose de ellos:
  ─¡Inocentes! ¡Pasaron por inocentes!

  Los 28 de diciembre les ocurrían choteos similares varias veces, así que los coleguitas no les dieron importancia y siguieron caminando hacia la tienda de Servilio, a vacilar los juguetes y a soñar despiertos con el negro y los dos blancos que, guiándose por una estrella, realizarían una gran proeza en la madrugada del 5 al 6.
  ─Si los camellos caminan despacito, ¿cómo los Reyes pueden llegar en una sola noche a todas las casas de todos los niños de todos los países del mundo?
  ─Pero ven acá, ¿qué pregunta es esa? ¿Tú no ves que ellos son magos?
 Mientras, desde la esquina, Paquito continuaba gritándoles:
  ─¡Inocenteeeeeeessss!

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